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Que en todos los pizarrones se lea

Hasta hace cinco años, había un nombre que conocían sus allegadas y allegados, colegas, familiares y alumnos y alumnas. Pero desde ese momento, Carlos Fuentealba pasó a integrar la lista de nombres por los que día a día se reclama, de una forma u otra, justicia, castigo a los culpables y que nunca más vuelva a suceder.

Carlos Fuentealba es un caído por luchar. Un maestro del que todos los niños y niñas sabrán en algún momento, porque su fusilamiento es una clara muestra de lo que puede hacer un Estado represivo incluso en democracia. Es una enseñanza política y social. Pero también un ejemplo de persona, ya que la bala que lo inmoló lo alcanzó por estar ayudando a otros y otras en medio de la brutal represión desatada en Arroyito el 4 de abril del año 2007. Sino, el nombre que recordaríamos sería otro. O ninguno, sólo una represión más de las que repudiamos a menudo.

El sicario que gatilló fue condenado a prisión perpetua. Darío Poblete, un soldadito del sistema liderado por el Movimiento Popular Neuquino, en ese entonces a cargo de Jorge Omar Sobisch, quien permanece en libertad y presidiendo el partido. Quien quiso ser nuevamente candidato a gobernador llenando la ciudad con provocativos bigotes y camina por las mismas calles que Carlos ya no volverá a pisar.

Nadie puede devolver a las aulas a un maestro que alguien no quiso que esté. Nadie va a devolver a un padre ni a un marido, a un hijo, a un hermano, a un amigo. No se puede volver el tiempo atrás. No hay certezas sobre qué pasa con el alma de alguien cuando muere, pero sí de lo que pasa en este plano con su recuerdo cuando en vez de morir es asesinado por determinación del Estado.

Las luchas docentes son mucho más que pujas monetarias, como quieren creer quienes no entienden de qué se trata la dignidad y prefieren vivir con la venda de la comodidad enterrada en los ojos. Esos y esas deberían preguntarse qué es la educación y qué pretenden de ella para sus hijos e hijas; luego, cómo quieren que eso suceda. Carlos, el maestro, fue un ejemplo en lo suyo.
 

Pero, sobre todo, como humano, en lo de todos y todas.

Muchos ruidos violentos se escucharon durante esa jornada. El más doloroso, sin duda, fue la voz en el hospital que informó que Carlos Fuentealba ya no estaría en la escuela, ni en su casa, ni en ningún otro lado. Porque a un gobernador se le ocurrió dedicar su gestión a las personas que se molestan con las manifestaciones, porque a él mismo le molestaban.

Porque tenía la certeza de que saldría limpio mientras a pocos kilómetros de donde descansaba se salpicaban con sangre otros guardapolvos.

Carlos se turnaba con Sandra, su compañera de vida, para ir a los piquetes. Ese día, a ella le tocó quedarse cuidando a sus hijas mientras él asistía a un corte con el cual no acordaba, pero como entre sus principios se encontraba el respeto por las decisiones democráticas, allí estuvo. Y ahí cayó.

Carlos Fuentealba, el hombre y el maestro, el padre y la pareja, el amigo y el compañero, está presente en todas las aulas de todas las escuelas. Está en las calles neuquinas y en las de otras ciudades de otras provincias. Está en las banderas, en las paredes, en las voces que se alzan cada vez que llega esta fecha desde que dejó de estar físicamente por acá. Está presente todos los días, aunque hoy, a cinco años de su asesinato, se sienta un poco más su ausencia.

JUSTICIA COMPLETA - CÁRCEL A TODOS LOS RESPONSABLES

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